Entrevista Tania Bruguera
- Belén Quejigo Sánchez-Guijlado
- 17 feb 2022
- 8 Min. de lectura

Tania Bruguera (La Habana, 1968) es una artista cubana expulsada de los circuitos de arte oficial de su país y censurada tanto dentro como fuera de sus fronteras. Su obra explora las contradicciones políticas que se viven en Cuba a través de la performance y la instalación.
Acusada y encarcelada por “resistencia y desorden público”, Tania Bruguera sigue denunciando, pese a la imposibilidad latente, el régimen autoritario que se vive en Cuba a través de un arte que no es político sino que, como ella dice, es “pertubador de lo político”.
Esta perturbación puede verse, por ejemplo, en El susurro de Tatlin #6 donde le impidieron colocar un micrófono abierto en la Plaza de la Revolución de La Habana para que los ciudadanos expresaran sus opiniones sobre el futuro de Cuba, acto que no llegó nunca a realizarse ya que su acción fue calificada como inaceptable tanto por el Consejo Nacional de Artes Plásticas de Cuba como por la Unión de Escritores y artistas, que alegaron que “no buscaba otra cosa que un protagonismo circunstancial”.
Por esa misma razón también fundó un grupo de lectura sobre la filósofa judía Hannah Arendt ya que Tania Bruguera considera que Los orígenes del totalitarismo, cuya tesis principal es el análisis del surgimiento del nazismo y del estalinismo, y el mantenimiento del autoritarismo por medios como el miedo y la dominación, son argumentos que deben conocerse en Cuba, donde no llegan estos textos de carácter fundamental y análisis de los regímenes totalitarios como el cubano.
Actualmente reside temporalmente en Nueva York donde se exhibe una instalación, Untitled, en el MOMA, una obra que pone de manifiesto la Cuba vista por los turistas y la Cuba vivida por los residentes de la isla.
Esta exposición tiene una carga política bastante importante con respecto a la revolución cubana, que comenzó como movimiento de liberación pero que acabó deviniendo un régimen autoritario. ¿Qué relación guarda este hecho con su obra? Mi obra tiene una relación muy estrecha con el contexto político cubano, de hecho hago obras que responden a la especificidad legal y emocional del momento político. Como artista, fui formada en las contradicciones entre lo que un artista ‘debía’ ser y lo que podía hacer en mi país. Sin embargo, cuando me puse a trabajar en Cuba, todo fue muy difícil porque hay un discurso único y vertical que se puede adornar pero no cuestionar. Lo irónico es que la revolución cubana promueve unas ideas que, actualmente, si tratas de ser fiel a ellas e intentas implementarlas, te ves involucrada en un problema. Si tratas de usar las ideas de los inicios de la revolución el gobierno te llama “contrarrevolucionario” o “disidente”.
Parece que esto le ha llevado a algún problema, como encarcelamientos y censuras. Ha dicho que el arte no debe servir a lo político sino más bien provocar lo político, llevando una especie de “conducta impropia”, como dice Néstor Almendro en su documental sobre la represión y la disidencia cubana. La censura artística post-revolución en Cuba existe oficial y legalmente hablando desde el año 1961, y comenzó con la censura de un documental que se llama PM de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez. Los artistas que seguían las ideas de libertad y de renovación y entusiasmo, proclamado por la nueva dirección del país, se cuestionaron la censura y empezaron a manifestarse en su contra.Fidel Castro tomó manos en el asunto. Pasaron tres sábados consecutivos artistas, escritores e intelectuales discutiendo sobre la censura. Las reuniones eran intensas y confrontaban la tensión entre el derecho de los artistas y las necesidades del gobierno. Se terminaron las reuniones poniendo Fidel su pistola encima de la mesa antes de empezar un largo discurso donde dejaba claramente enunciada su intención con la frase “Con la revolución todos. Contra la revolución, ningún derecho”.
Fidel Castro llevó ya la censura del arte a un nivel legal, al ámbito de la ley. Desde entonces, existe censura en Cuba, no solo en artes plásticas sino también en literatura, teatro, cine, performance… Y es algo que sucede de manera sistemática contra todos aquellos que ya no es que quieran decir algo a nivel público, sino aquel que quiere realizar preguntas. Hacerse preguntas en Cuba es muy peligroso.
Pero usted cuestiona y pregunta muchas cosas sobre la realidad cubana en la exposición del MOMA, ¿no es así?
La obra se ha hecho desde el punto de vista de aquellas personas que van a Cuba buscando ese “Dios” que es Fidel o buscando esa luz que es guía de una nueva política, pero no ven a las personas que sufren la miseria que ese sistema ha generado.
Es muy difícil caminar entre esta obra porque el suelo está lleno de tierra y de azúcar. Al final emana una luz muy grande donde se reproducen unos vídeos de Fidel Castro y, al rato, cuando te acostumbras a la oscuridad, descubres que hay cuatro hombres que están cuidando el vídeo. Este vídeo tiene un momento que se repite: es Fidel Castro abriéndose la camisa para enseñar que no lleva chaleco antibalas para mostrar su virilidad y, al mismo tiempo, su invencibilidad. Sin embargo, esos cuatro hombres están a su alrededor desnudos y completamente vulnerables.
En la versión original eran cubanos de a pie, y aquí en Nueva York son cubanos residentes en EE UU. En definitiva, de lo que trata es deponer de manifiesto la simulación y manipulación de la imagen de Cuba que la gente va a ver o que se vende televisivamente. Hay gente invisible a la que no podemos ver hasta que no llevamos mucho tiempo allí.
Es cierto que la gente va a ver “una Cuba ideal” buscando una utopía que, en realidad, solo existe en ojo extranjero pero no en el cubano.
Me parece bien que el gobierno cubano salga de sus problemas económicos a través del turismo, que es una actividad que no tiene ningún compromiso porque no tienes que hacer otra cosa qué hacer que ver, disfrutar y sorprenderte. Casi nunca te da tiempo suficiente para hacer las preguntas incómodas e incorrectas que se necesitan para cuestionar algo porque no cuentas con el tiempo suficiente para realizarlo. El viaje, como concepto, se queda en una mera crítica superficial. No estás averiguando, vas a disfrutar. Creo que esa idea de tener una economía o un disfrute de que a las personas no les importen los contextos políticos de sus viajes, es una economía que solo beneficia a una dictadura.
¿Y cómo está el ambiente intelectual en este momento? ¿Puede exponer en su país?
No pienso que todas las cosas de la revolución hayan sido negativas. Ha habido algunas positivas: campañas de alfabetización donde la gente aprendió a leer, a escribir y también acceso igualitario a cualquier puesto. Pero es una trampa porque no puedes leer ni escribir lo que quieras y, además, no es cierto que se tenga un acceso libre al trabajo. Es algo falaz. Solamente tienes posibilidades de acceder a ciertos servicios y a ciertas esferas profesionales si bajas la cabeza para enunciar lo que el poder quiere escuchar. Eso no significa igualdad. Eso es servilismo.
Lo que ha sucedido es que la revolución que tenía muy buenas intenciones y quería erradicar cosas como el clasismo y el racismo, hoy, 60 años después, está en condiciones muy cercanas a la situación anterior a la revolución: hay un nivel de pobreza inhumano, hay personas sin oportunidad, vivimos en una sociedad clasista y racista, hay personas que no se mezclan con otras personas que no pertenecen a su clase social… ¿Esas fueron las ideas por las que se sacrificaron los luchadores de la revolución? Creo que no.
Hoy en día la población que piensa diferente es vulnerable. No llegamos aún a la crueldad de Batista pero pueden llevarte preso por casi cualquier cosa y no hay manera de protegerse para aquellos que no nos doblegamos. Tenemos un país con doble moral y oportunista. Eso no es un país. Eso es otra cosa.
También pone de manifiesto la jerarquía entre autoridad —policía, cuerpos, militares…— que puede verse en su obra, esa actitud que podríamos denominar racismo de estado contra el que es muy difícil luchar. Según lo que he podido ver, hay una denuncia de lo intolerable muy fuerte en El Susurro de Tatlin #5, por ejemplo.
Lo hago con respecto a las realidades políticas en general. En Cuba me es más natural porque conozco todas las sutilezas del sistema. Creo que mi obra quiere tratar el arte como un instrumento para pensar y para promover un cambio sobre la sociedad. Pero yo estoy vetada en todos los centros de arte y museos de Cuba.
Hay curadores que se han atrevido en poner mi nombre en algunas exposiciones. El gobierno cubano ha intervenido siempre, e incluso en tres ocasiones fuera de Cuba. Aunque imagino que lo habrán hecho más veces.
Hay toda una campaña para vulgarizar el arte, para desprestigiarlo. No estoy en contra de la revolución sino del uso político de la revolución. No tengo derecho a cuestionar a alguien que está en el poder. Eso es muy contradictorio porque ellos hace 60 años se revolucionaron contra una dictadura y hoy en día no puedes cuestionar su autoridad ni ideología. No quieren que haya ninguna fractura dentro del poder político absoluto que poseen.
¿Es por eso por lo que comenzó a leer a Hannah Arendt en marzo de 2016, con una lectura colectiva de Los orígenes del totalitarismo?
Por supuesto. Para que se lo lean, porque ese libro va sobre ellos. Aunque se lean una línea ya es una ganancia para su educación política. Esto no le va a gustar a la seguridad del Estado pero no tienen ningún tipo de educación política. Están educados en el sistema de Cuba pero no en una educación más allá del sistema repetitivo y mecánico sobre la realidad de la isla. Para que cambie, tiene que haber más información y menos miedo a ver otros paradigmas.
En este caso se generó un caso de solidaridad muy amplio en el que se garantizó mi integridad. Hay todo un batallón de personas que se han tenido que marchar de Cuba o se han suicidado porque no quieren seguir los dictámenes del poder o que simplemente han dejado de pintar o escribir porque decidieron que no iban a escribir o pintar sobre las pinturas de un arte políticamente correcto.
Existen otros amigos míos que escriben y pintan escondidos —de todo y casi de ellos mismos— y sabiendo que esos escritos y esas pinturas nunca van a ser vistas por nadie. No solo soy yo, son artistas, economistas, ingenieros, profesores, arquitectos, filósofos… que no han podido hacer nada. Es como Saturno devorando a sus hijos.
En 2011 comenzó a trabajar en el Movimiento Inmigrante Internacional. Empezó viviendo con una familia de cinco inmigrantes ilegales y sus hijos en un apartamento en Corona, Queens, para experimentar los problemas que encuentran al tratar de sobrevivir con sueldos bajos y sin seguro social. Por eso en 2011 creó la asociación de Arte útil, ¿útil para qué y para quién?
Trato de aplicar los conceptos y uno de ellos es ver el arte como herramienta social. Para mí, lo más paradigmático de forma negativa de Estados Unidos es ver, igual que en Cuba, que la propaganda no tiene que ver con la realidad.
Todos sabemos que es la tierra de la libertad y del sueño americano. Sí. Pero si eres un inmigrante indocumentado no eres nadie ni puedes hacer nada. Por eso me parece interesante investigar sobre estos esclavos contemporáneos que tienen solidaridad entre ellos pero que no cuentan con protección social estatal.
Cuando comencé este proyecto, existía una ley de ajuste cubano donde los cubanos que llegaban a los Estados Unidos tenían derecho a una vivienda. A mí me parecía injusto si no se abría a más países como México, Guatemala, Honduras… No fue solamente un trabajo sobre Cuba sino sobre inmigración en general. Y nunca he dejado de realizarlo. En ese sentido el arte es útil.
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